Mi vida entre dos monstruos (22): ¡Qué caro es ser pobre!

Por: Luis Amílkar Gómez.
Buscar empleo en la República Dominicana es una tarea sumamente difícil, cuando la persona no tiene uno de esos apellidos de familias importantes.

Es como si esos grupos poderosos vivieran en una burbuja blindada y los demás giráramos a su alrededor.

Para conseguir un trabajo digno hay que conocer a alguien que viva dentro de la burbuja  o a algunos de sus allegados.

Los jóvenes de barrios y pueblos humildes, no teníamos ningún contacto con los habitantes de la burbuja.

Yo no era la excepción.

A las únicas que se les ofrecía trabajo en los periódicos era a las muchachas de “buena presencia”.

Comencé a buscar un empleo como ingeniero minero, enviando mi Hoja de Vida o Curriculum Vitae, a todas las compañías mineras establecidas en el país.

Ninguna nunca me respondió.

Para tener algo de dinero, mi amigo Ramón De Luna, me invita a colaborar nuevamente con el noticiero La Situación Mundial, pero dejándome toda la libertad de seguir buscando un trabajo en mi nueva profesión.

El noticiero que había sido transmitido anteriormente a través de Ondas del Yaque, luego por Radio Amistad y, para ese entonces, por La Voz de La Hispaniola.

Un día Ramón me pide el Curriculum, ya que él se lo entregaría personalmente a Carlucho Bermúdez, quien acababa de ser nombrado por Jorge Blanco, como Presidente del Consejo Directivo de la Rosario Dominicana.

La Rosario Dominicana, era la empresa que explotaba los yacimientos de oro en las proximidades de Cotuí, perteneciente a la provincia Sánchez Ramírez.

Esa mina había sido nacionalizada por el presidenteAntonio Guzmán Fernández y se suponía que estaría muy contenta de contratar técnicos dominicanos especializados.

El señor Bermúdez sometió para estudio del consejo mi nombramiento, como ingeniero en la valiosa empresa minera.

Sin embargo, el mismo fue rechazado por el consejo, ya que el Gerente General de la mina, que todavía era un norteamericano, amenazó con renunciar si me contrataban.

Según me enteré más luego, el gringo alegaba que yo probablemente era comunista y que él no trabajaba con comunistas.

Realmente, lo que el estadounidense vio fue una amenaza a su puesto de trabajo a largo plazo, e inventó una excusa muy valedera, en un país que por mucho tiempo, se persiguió y reprimió todo lo que oliera a comunismo.

Para mucha gente, el haber estudiado en la Unión Soviética o en cualquier otro país socialista de la época, te hacía comunista automáticamente.

Nada más alejado de la realidad.

En la Universidad donde estudié había un decir muy popular que rezaba “ si tú quieres que tu hijo sea un capitalista, envíalo a estudiar a la Unión Soviética”.

Es que ser comunista es cuestión de convicción.  Eso no se pega ni se contagia.  Tampoco depende de que usted haya estado o estudiado en un lugar determinado.

Otro intento fue cuando un amigo me llevó al despacho del señor Heriberto de Castro, quien para ese entonces era el Presidente de la Asociación de Hombres de Empresa.

El señor De Castro poseía varias empresas, entre ellas, una que era la que importaba y distribuía todos los explosivos que se usaban en el país.

Sostuvimos una conversación un poco extendida sobre mis conocimientos de los mismos, especialmente, su almacenaje y transportación.

El empresario se notó bien entusiasmado e hizo que la secretaria tomara todos mis datos personales para contactarme posteriormente.

El amigo que me llevó a su despacho me susurró: “Luis, puedes decir que tienes trabajo”.

Nunca más supe del señor De Castro, porque jamás me llamó.  Mis llamadas a su despacho nunca pasaron del escritorio de la secretaria.

Otro amigo me lleva al consorcio de construcción de Hanson & Rodríguez, donde consigo un modesto trabajo como encargado de Mecánica de Suelo.

Supervisaba un laboratorio donde varios hombres buscábamos las muestras y las analizábamos en la construcción del tramo carretero San Isidro-San José de los Llanos-San Pedro de Macorís.

Renuncié después de unos dos meses ya que no tenía nada que ver con mi profesión, además, la paga era poca e irregular.

Ramón de Luna había sido nombrado por el presidente Salvador Jorge Blanco, como Director de Aprovisionamiento del Estado, y me introdujo con Aglisberto Meléndez, quien era el director de Radio Televisión Dominicana.

El señor Meléndez, en 1983, me ofrece trabajar como repo      rtero del noticiero de televisión con un sueldo decente para  esa época.

En RTVD trabajé con valiosos periodistas dominicanos como Altagracia Salazar, Nexcy de León, Christian Jiménez, Juan Taveras Hernández (TH), Willian Rosa, y José Miguel Carrión, entre otros.

Trabajando todavía en la emisora oficial, sigo insistiendo en mi profesión, entrevistándome con el entonces Director General de Minería, ingeniero Miguel Peña.

Ese encuentro fue frustrante y marcó mi vida para siempre, ya que el señor Peña puso como condición que buscara una carta del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), para darme un empleo.

No acepté su sugerencia porque me pareció una falta de respeto.

De su despacho salí convencido de que tenía que emigrar nuevamente y que en mi país no tenía ningún futuro.

Comencé mis aprestos para salir del terruño patrio lo más rápido posible y decidí que el mejor destino sería Estados Unidos.

También cambié de prioridad. 

Decidí, aunque algunos patriotas de pacotillas digan que fue un poco egoísta de mi parte, que a partir de ese momento, lo primero no era la Patria sino mi familia.

En un país como la República Dominicana, donde “to’ es to’ y na’ es na’”, el concepto de patria se ha ido diluyendo con el paso del tiempo.

Pareciera que el sacrificio de tantos hombres y mujeres ha sido en vano.

Mis padres y hermanos seguían viviendo en la miseria, en el barrio de Bolsillo.  Había que sacarlos de allí para que tuvieran un chance en sus vidas.

En 1984, pedí mis vacaciones en RTVD y con una carta de mi jefe, el periodísta Manuel Pérez Santana, conseguí una recomendación del Servicio Informativo de la embajada de Estados Unidos, dirigida al cónsul de ese país.

Me fui un día temprano con esa carta a hacer la larga fila, que protagonizábamos diariamente los dominicanos, para solicitar el permiso entrada a la tierra norteamericana.

Un señor ciego caminaba a todo lo largo de la línea, recordando a los futuros “turistas” los documentos necesarios para obtener la visa estadounidense: Carta de trabajo, documento de buena conducta, carta de banco, documentos que avalen propiedades, etc, etc.

Una señora, proveniente de San Juan de la Maguana, todo encopetada junto a su hija estaban detrás de mí y tenían un fajo de documentos en sus manos.

Al ver que yo solo tenía un pequeño sobre, me dijo que era difícil que me otorgaran el permiso, ya que yo no tenía nada.

Después de la entrevista con el oficial consular, encontré a la dama al salir y me preguntó que si me habían otorgado la visa.

 Al contestar afirmativamente, me di cuenta que ellas habían sido rechazadas cuando exclamó:  “Eso es una mafia”.

El 30 de junio del 1984 tomé un avión en la difunta Dominicana de Aviación con destino a Nueva York.

La patria me lo negó todo. 

No pude con la burbuja.

Me lanzaba a los brazos del otro monstruo.


¡Qué caro es ser pobre!

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