Mi vida entre dos monstruos: un cibaeño hablando ruso

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Por:  Luis Amílkar Gómez

 La Facultad Preparatoria en la Patricio Lumumba duraba un año dividido en dos semestres.

El primer semestre era dedicado a aprender ruso intensivo y la historia de la Unión Soviética dictada en español.

La profesora de este último curso, era una exiliada que participó en la Guerra Civil de España contra la dictadura del genaralísimo Francisco Franco. 

Residía en Moscú por más de 30 años.
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El ruso es un idioma bastante difícil.

Los hablantes del español, tenemos problemas con los sonidos del alfabeto que no existen en nuestro abecedario.
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Para facilitar el aprendizaje, los grupos eran pequeños y muy diversos para que los estudiantes de diferentes países nos integráramos.
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Mi grupo estaba formado por seis estudiantes.

 Arturo y yo quedamos juntos y nos unimos a Darío, Víctor y Orlando de Colombia así como a Daniel de México.
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 El Soldado desconocido.
Manolo y Socorro fueron asignados a grupos diferentes.

Nuestra maestra de ruso era la señora Galina Petrovna, una de las mujeres más dulces que he conocido en mi vida.
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Rio  Neba.
La señora Petrovna se convirtió al poco tiempo en una especie de madre y paño de lágrimas para cada uno de nosotros.
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Nos enseñaba el idioma, nos calmaba en momentos de crisis, reímos y lloramos juntos, salíamos de excursiones por la ciudad, su paciencia nos daba confianza y se adentró de tal manera en cada uno de nosotros que hoy, casi 40 años después, la recordamos con todo el amor del mundo.

En medio del semestre nos invitó a una cena memorable en su hogar junto a su familia.
 Era la primera vez que visitábamos una casa rusa y conocíamos de primera mano cómo vivían nuestros anfitriones.
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Galina Petrovna se concentraba en la enseñanza de la difícil gramática rusa, mientras que la fonética la enseñaba otra maestra que venía a nuestro salón  tres veces a la semana.

Estas clases de fonética eran frustratorias.  La profesora nos entregaba un espejo a cada estudiante para que moviéramos la lengua apropiadamente y produjéramos esos sonidos que resultaban tan difíciles.
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Pero para los hispano-parlantes el aprendizaje del ruso tenía una ventaja:  el ruso se pronuncia de la misma manera que se escribe tal y como sucede con la lengua de Cervantes.

Aprendiendo realmente un segundo idioma me di cuenta de dos cosas.  Primero, que las clases de inglés y francés que recibí en la escuela secundaria no ayudaron mucho y, segundo, que lo más importante para aprender un segundo idioma, era conocer bien su primera lengua.

Hoy puedo decir que los rusos saben enseñar su idioma.

A un par de meses de nuestra llegada a Moscú, ya podíamos comunicarnos con un lenguaje bastante básico que nos permitía sobrevivir.

Palabras como “malakó”(leche), “Jeleb”(pan), “Kracíbaia”(hermosa, bonita), “ialubliú” (te amo), lubóv (amor) y otras nos facilitaban la vida tanto en la tienda como en lo social.

Un famoso lingüista Americano dijo una vez, que el medio más efectivo y rápido de adquirir un segundo idioma, era saliendo con una muchacha que hablara esa lengua.

Mi primera cita fue con una bella rusa llamada Olga, que me ayudó bastante, ya que me motivaba a buscar nuevas palabras en el diccionario. 

La limitación del idioma, también limitó ese romance.

Imagínense a un dominicano dando “muela” en ruso.

Ustedes se preguntarán: ¿De dónde obtenían dinero para sus necesidades?.
 ¿Cómo se transportaban y comían estos muchachos?.

Un estipendio es una cantidad fija asignada cada cierto tiempo a un estudiante para cubrir sus necesidades.

En la Unión Soviética, todos los estudiantes universitarios recibían esta ayuda monetaria.

Nosotros también teníamos nuestro estipendio. La cantidad era de 90 rublos mensuales, con los cuales, teníamos que pagar comida, transportación y otras necesidades básicas.

Muchos estudiantes no planificaban sus presupuestos y antes de que terminara el mes, ya tenían problemas para comer. 

Para que tengan una idea del costo de la vida en Moscú, les ofrezco los siguientes datos. La comida en el comedor de la universidad era relativamente barata:  El precio del desayuno era de alrededor de 50 kopeks (centavos), el almuerzo y la cena andaban cerca de los 75 kopeks.

El cartón de leche costaba unos 16 y un pan largo 10-12 kopeks.  Una funda de papas de unas cinco libras se pagaba a unos 50 kopeks y tanto el queso como el kolbasá (equivalente al salami) no eran caros.

La botella de vodka Stolichnaya (reconocida mundialmente) estaba marcada aproximadamente a 4 rublos, la champaña (muy buena) a unos 5 y el coñacarmenino (excelente) alrededor de los 7.  La cerveza era sumamente barata pero de pésima calidad.

La transportación era excelente y barata.  Se compraba un pase de 6 rublos que permitía usar el metro, trolebús (por cables eléctricos), transvía (rieles en medio de las avenidas) y los autobuses durante un mes.

En general, el metro costaba 5 kopeks, el autobús 5, el trolebus 4 y el transvía 3.

Mi primer viaje en el metro de Moscú fue memorable. Quedé sumamente impresionado por su limpieza, orden, puntualidad y, sobretodo, la belleza de cada parada.

Tengo que destacar que cada estación del metro moscovista es una obra de arte y este sistema ferroviario urbano está entre los mejores del mundo.

El viaje es silencioso, ya que la mayoría de los rusos, leen durante el trayecto y se acostumbra que los caballeros cedan sus asientos a los mayores, niños y damas.

Un hecho inolvidable fue mi visita a la famosa Plaza Roja y al Mausoleo de Lenin.  Para entrar a este lugar hay que hacer una fila larguísima, pero vale la pena, ya que ver el cuerpo del fundador de la Unión Soviética en esa caja de cristal, es sencillamente impresionante.  Parece estar vivo.

Además, el cambio de guardia en el mausoleo es un espectáculo por sí solo. 

Desde su marcha imponente de un extremo del Kremlin hasta que se colocan frente a los soldados que van a sustituir.

 Esos cuatro soldados intercambian sus lugares tan rápido, que Ud. Tiene que estar bien atento para no perdérselo.

Al final del primer semestre, ya nos “defendíamos” en ruso y comenzábamos a ir al cine, ver la televisión y, especialmente, a entablar conversaciones más sustanciosas con las moscovístas.

Las vacaciones de invierno comenzaron en enero y la universidad nos daba diferentes opciones para conocer la Unión Soviética.
Algunos viajaron a las repúblicas del pre-báltico que son Lituania, Latvia y Estonia. Otros viajaron a ciudades de Ucrania, Bielorrusia y el Cáucaso.

Arturo, Manolo, Socorro y yo decidimos viajar juntos a la entonces ciudad de Leningrado (hoy Saint Peterburgo), ya que la universidad poseía allí una especie de resort de invierno para sus estudiantes.

Nos montamos en el tren a eso de las once de la noche, y a las seis de la mañana, ya estábamos en Leningrado.

El lugar tenía el nombre de Energetik y era un sitio maravilloso, rodeado de inmensos campos cubiertos de nieve en un lado, y en el otro, un lago congelado.

Aunque estábamos unos cuantos kilómetros en las afueras de la ciudad, casi cada día viajábamos a Leningrado para ver los incontables y preciosos puentes que entrelazaban sus calles atravesando el famoso rio Neba.

En esa bella ciudad, hay dos lugar esqueletos ser humano debiera visitar algún día: El museo del Ermitage y la tumba al Soldado Desconocido.

El Ermitage, que era el Palacio de Invierno de los antiguos zares, lo visité tres veces y creo que no alcancé a recorrer ni siquiera el 75 por ciento de sus instalaciones.  Tengo que regresar a ese lugar antes de marcharme de este mundo.

La tumba del Soldado Desconocido es un monumento en medio de una sabana, que rinde homenaje a todos los millones de hombres y mujeres, que sucumbieron en la defensa de Leningrado.

Esta heroica ciudad resistió el asedio de las tropas alemanas por casi cuatro años sin ceder una casa, una esquina o una cuadra.

La mayoría de los que murieron lo hicieron por inanición o hambre, ya que la ciudad estuvo sitiada durante ese tiempo y no había suministros.

Solamente durante los inviernos, pasaban camiones por los lagos congelados y lograban introducir cierta cantidad de alimentos, que eran seriamente racionados.

Se acabaron las vacaciones y regresamos a Moscú, justo para comenzar el segundo semestre de la Facultad Preparatoria.

Ahora nos incluyeron en el horario, aparte de ruso, matemáticas, otra vez historia de la Unión Soviética, dibujo lineal, químico y físico.  Con la excepción de la clase de historia, las demás eran en ruso.

Durante este semestre establecí una bonita amistad con un estudiante que tenía un año más avanzado que yo en la universidad.  Su nombre era Juan Leonel Fabián Fernández, estudiaba Geología y era oriundo de Cotuí.

Fabián y yo teníamos algo en común muy importante: Nuestra dedicación al estudio.

Fabián aparecerá en mis relatos más adelante.

El semestre estuvo bien ocupado y por eso pasó tan rápido, tanto así, que a la vuelta de la esquina estaban las largas vacaciones del verano.

Había muchas opciones de viajar por diferentes lugares, pero Arturo y yo decidimos viajar juntos a trabajar en unas brigadas que se dirigían al Asia Central, cerca de la República de Mongolia.

Nuestro destino sería una pequeña aldea, cuyo nombre no recuerdo, en la República Socialísta Soviética de Kazajestán.

Sí señor, allá mismo, donde el diablo dio las tres voces.

Hacia Asia vamos…

Continuará…


















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