Solo y descuidado

Héctor Espinal
Por Marcelo Peralta
mperiodista1958@hotmail.com

 De estudiante brillante a postrado y abandonado.

Héctor Espinal es un ser humano prácticamente, sin familia.

Subsiste por la caridad de sus nobles vecinos y de las “Hermanas del Corazón de Jesús” de la cual su madre Sija era miembra, quienes les soportan sus bravuconerías.

Vive para decirse que existe un ser humano.

Pero después que esas mujeres y vecinos abandonan las cuatro paredes donde vive, su entorno se torna tedioso,  agudiza entre la inmundicia, pestilencia, abandono, sin abrigo y sin con quien balbucear algunas palabras.

En el barrio Bolsillo lo conocen por Héctor el de Doña Sija, una mujer que dejara el “pellejo” trabajando en el Hospital General Santiago Rodríguez ganando un mísero salario y murió como los seres desahuciados.

 Hector Espinal nunca se caso, no pudo procrear hijos, sus hermanas y hermanos causi han fallecidos y vive sin amor, cariño, dolientes, como mejor decir “desamparado”.

Es ahí, donde debe actuar un Estado que respete la dignidad humana ofreciendo un personal calificado que ofresca cariño, higiene, medicina, dormitorio, paz, sosiego y armonía los últimos días de su vida.

Pero este ser humano vive martirizado en una silla de ruedas donde lleva más de 40 anos de sacrificio, no se sabe pagando por quién o por qué, el de tanto sacrificio de un ser humano.

¿Dónde está el altruismo de las gentes que se han hecho millonaria a costa de los demás que no interceden en estos tipo de casos y situaciones para que pueda vivir de manera digna los últimos respiros de su vida?.
  
Es posible que los muchachos de San Ignacio de Sabaneta sepan o no de qué ser humano hablamos en este escrito, ese hombre que lleva el nombre de Héctor Espinal o de  El Cojo de Siga o el Cojo del barrio Bolsillo.
   
A pesar de sus limitaciones físicas en su pie y su mano izquierda sacaba fuerza y voluntad para estudiar y repeler  la tiranía trujillista y su mentor Rafael Leónidas Trujillo Molina, los sangrientos y oprobiosos 12 anos de Joaquín Balaguer y su temible  y infausta, nefasta banda colora.

Héctor Espinal, pese a sus debilidades físicas, gozaba de juventud, alegría, afabilidad, excelente estudiante de secundaria, solidario y cuando guardias, policías y calieses balagueristas-reformistas ametrallaron el liceo Secundario Librado Eugenio Belliard frente al Parque Juan Rosado, fue de los que ese día “comió vidrios” destruidos por las balas asesinas disparadas contra el centro de estudio cuando protestaban por mejores sueldos a maestros y construcción de nuevas instalaciones educativas.

Termina su bachillerato, esfumándose sus esperanzas de ir a profesionalizarse a la Universidad, porque su familia carecía de dinero,  cayendo al vacio emocional, se estancó,  enfermó, frustró invalidase y hoy está pagando, sin saberse por qué ni por quién.

Resulta frustrante para cualquier ser humano durar la mitad de su juventud estudiando y no poder continuar para hacer profesional, con deseos y voluntad, pero sin dinero ni ayuda, mientras otros derrochan el dinero robado al sudor de los demás.

En mi adolescencia lo observaba vestido impecable, camisa blanca mangas largas, botas lustradas y pantalón color caquis y cuando solíamos pasar por el frente de la casa de su madre, marcada con el numero 47 de la calle General Gregorio Luperon, siempre nos decía que la dictadura de Balaguer había que combatirla para liberar a la juventud de ese “yugo”.

No faltaba a la misa los domingos que se oficiaba en el edificio de la Religión Católica frente al Parque Juan Rosado Capellán antiguo Patria frente al liceo donde estaba y rodeado de edificios de oficinas públicas, Palacio de Justicia, telecomunicaciones, Correos, Oficialía Civil, impuestos Internos,  Gobernación, Policía y Ejercito Nacional.

Este muchacho de nariz perfilada y parecido a los nativos europeos atraía a muchas de las muchachas jóvenes del barrio Bolsillo a las que aconsejabas a estudiar para hacerse profesionales.

En las horas libres estudiaba, hacia sus tareas, alfabetizaba a niños y disponía de tiempos para “picar” como se dice en el argot popular, haciendo remiendos a los pantalones de sus vecinos en la sastrería de su hermano Vinicio Espinal.
A a pesar de sus deformaciones físicas fue “blanco” de las masacres de la guardia colora una especie de paramilitares que reprimía a la población, fichaba en los archivos policiales y tildaba de comunistas a los que sospechaba adversarios a los lineamientos régimen balaguerista-reformista.

Fue de los que soporto la brutalidad y el salvajismo policiaco-militar de los temibles 12 años de Joaquín Balaguer.


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